6.10.12

Sonríe

Solíamos reírnos de todo. 
Solíamos reírnos de la gente sentada en la mesa de al lado, en aquel café, hablando de sus trabajos y sus finanzas y de cómo sus amigos tomaban las peores decisiones. Solíamos reírnos de la forma de las nubes y de los charcos. Nos reíamos de las noticias, y recuerdo una ocasión que tuvimos que salir de una conferencia porque el orador silbaba por la nariz cada vez que hablaba y nosotros no parábamos de reír.  
Cuando íbamos al parque y nos sentábamos en la orilla del pasto, fumando, nos reíamos de las miradas que nos lanzaba la gente que pasaba corriendo; de la forma en que los rostros de los perros se parecían a los de sus dueños; y nos reíamos de la cara que ponían las señoras cuando esos mismos perros se encontraban y empezaban a fornicar.
Me reía de tu risa que comenzaba como un hilo y terminaba en un estruendo, y te reías de la manera en que yo me ahogaba de la risa. Algunas veces, cuando de tanto reír nos dolían los cachetes, seguíamos riendo. 
Nos reímos cuando tu tía abuela falleció. No fue que negáramos la gravedad del evento, ni fueron las circunstancias en que sucedió, aunque admitimos que la idea de una silla de ruedas impulsándose por una rampa a toda velocidad hacia la calle en cualquier otra situación sería por demás divertida. Pero nos reíamos, tú y yo, de la muerte. 
Y un día dejaste de reír.